Un tsunami político seria un buen término para describir la trayectoria que ha atravesado la administración estadounidense desde principios de este siglo. Especialmente, desde el nefasto 11-S y el viraje bélico con el que Bush encaró la solución ante el fundamentalismo islámico y los terroristas, que acusó de esconderse detrás de una ideología anti-occidental.
Después de una guerra en Afganistán, que cautelosamente no fue cuestionada por la comunidad internacional, Bush demostraba al mundo que nadie podía vulnerar la integridad y el orgullo americano. Con un éxito todavía por determinar, y con más caos y desconcierto que justicia, EE.UU. empezó a levantar sospechas sobre su nuevo plan contra el terrorismo internacional.
Con el boom de la información digital y la creciente demanda de noticias a escala mundial, EE.UU. y sus movimientos políticos y militares pasaron a encontrarse a diario entre las primeras páginas de periódicos, flashes informativos, noticiarios radiofónicos y foros de Internet.
En 2003, se encuentra el punto de inflexión de esta trayectoria; pasando por encima de los organismos internacionales y de las recomendaciones de la gran parte de los estados de alrededor del mundo, Bush se adentró en la guerra de Irak. Una guerra preventiva para evitar que las armas de destrucción masiva, que supuestamente estaban en manos del dictador del país, fueran usadas en contra de los EE.UU. o cualquier otro país democrático.
Acompañado de Blair y Aznar, que ponían en jaque su credibilidad en sus respectivos países, empezó una guerra que dura hasta hoy.
Pocos son ya los que se atreven a defender a Bush. Una encuesta reciente de la BBC mostraba como EE.UU. gozaba de la peor imagen de toda su historia, por lo menos desde la guerra del Vietnam.
El pueblo americano parece haber llegado a una saturación de contradicciones. El fracaso de la resolución del huracán Catrina. La odisea de Irak. ¿Como se puede lidiar con eso cuando constantemente se apela a la dignidad de la nación, la seguridad de estar guiados por Dios?
La economía americana, algo tan necesario e importante tanto para los americanos como para el resto mundo, no atraviesa tampoco su mejor momento. El premio Nobel de economía 2006, Edmund Phelps, ha calificado de “irresponsable” la política económica de Bush. En sus últimas apariciones, las propuestas lanzadas eran reducir aún más los presupuestos sanitarios para aumentar las partidas para la guerra. A escala internacional, potencias emergentes en Asia, empiezan a desfigurar la perfecta hegemonía americana que se preveía para las próximas décadas.
En noviembre de 2006, se dio el primer giro político a los planes republicanos, cuando perdieron el control del senado, que pasó a ser de mayoría demócrata. Fue en ese momento, cuando Bush tuvo que destituir a Ronald Rumsfeld, secretario general de defensa y máximo responsable de los planes de guerra de EE.UU. Fue en ese punto cuando se hizo patente que algunas cosas no habían ido tal y como se esperaba.
Esta última semana, ha estado marcada por la enérgica aparición en escena de Obama que, juntamente con Hilary, disputará la candidatura a la presidencia en noviembre del 2008.
Todo indica que estos últimos años no han sido fáciles para el país más poderoso del mundo. Descolocado, desubicado, perdido y dolido por un atentado que difícilmente cicatrizará en el corazón de sus habitantes, ha entrado en confusas y perversas guerras que no han hecho más que exponenciar el cansancio e impotencia surgidos súbitamente en setiembre de 2001.
Se entiende como, desde la oposición, surjen ideas, ilusiones, esperanzas. Sin alejarse de su perfil claramente conservador, los demócratas prometen devolver esa ilusión que se desvaneció, herida y débil, atropellada por una ambición de venganza sin límites.
Es significativo el dato de que Obama prometa, al igual que en su día hizo Zapatero, retirar las tropas de Irak si finalmente llega a la presidencia.